—Joaquín, ¿quieres
recibir a Ana como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la
adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos
los días de tu vida?
—Sí, quiero —sonrió
Joaquín, nadando en los ojos radiantes de su amada.
—Ana, ¿quieres recibir
a Joaquín como esposo, y prometes...
Ante la emocionada
mirada de todos los presentes y bajo el suave tañer de las bandurrias, los
labios de Don Pedro proseguían con el sobradamente asimilado ritual del
matrimonio, mas su mente, surcados ya el espacio y el tiempo, fondeaba muy
lejos de allí.
Fue doce años atrás, en
una tarde plomiza y lluviosa de esas que disuaden de ponerse al volante al conductor
más empedernido, cuando un Don Pedro casi recién salido del seminario detuvo su
vehículo en un bar de carretera. Todo parroquiano allí presente hubo de girarse
asustado al oír las puertas detonar contra las paredes tras el agudo chirriar
de los goznes. Dos decenas de miradas presenciaron atónitas cómo una figura
ataviada de negro, cabellos al estilo ventisca y alzacuello ceñido bajo un
rostro sudoroso, atravesaba el local como una bala y desaparecía tras las
puertas de los retretes. Se hizo el más religioso de los silencios un instante
antes del estallar de las carcajadas.
Una vez se hubo librado
de la acuciante urgencia urinaria que le había traído bailando la última media
hora de viaje, Don Pedro hincó los codos en la barra y, recuperando un poco la compostura,
pidió una cerveza a la camarera.
—Pues claro, mi amor.
Eso y lo que tú quieras —le respondieron.
Don Pedro se quedó
petrificado. Miró a su alrededor y al fin comprendió donde se había metido. Barra Americana: Pecado Carnal,
rezaba un rótulo de neones. Tragó saliva. Inspiró en profundidad. ¿Y si se
encontraba con alguien conocido? Su tez volvía a chorrear goterones de sudor.
No tardó en sentir una
mano posándose sobre su pierna. Al instante, otra se deslizaba alrededor de su
cintura. El sacerdote miró a la joven con pupilas temblorosas; ella no dijo
nada, simplemente, le sostuvo la mirada con una calidez arrolladora. Aquellos
ojos ardientes... Aquellas curvas de ensueño... Aquella fuente inagotable de
pasión... Don Pedro sintió bullir la voluptuosidad dentro de sí y en cada
centímetro de su piel. Era absurdo negar lo que su cuerpo le pedía con
anhelante concupiscencia y, finalmente, decidió dejarse llevar por el deseo.
Ella le guió despacio,
entre besos y suaves caricias, a un cuarto pequeño y allí, verdaderamente y por
primera vez, Don Pedro vio abrirse de par en par las puertas del Cielo. Pues no
sabía su nombre, ella le llamaba "Padre", y eso, curiosamente,
colmaba su cuerpo de excitación. Todo resultaba tan nuevo... Tan vívido y
maravilloso... Padre, confieso que he pecado como una perra, le decía, ¿cuál
será mi penitencia?..., Padre, absuélvame... Absuelva todo mi cuerpo del
pecado... Padre... Padre...
—¡Padre!
De súbito, sintió
vértigo. Todos los ojos de la iglesia estaban posados en él, ante su mirada
perdida, expectantes. Reinaba el silencio. Incluso las bandurrias habían dejado
de tocar. Don Pedro se fijó en los novios. El camino que iniciaban estaría
lleno de obstáculos, sí, pero sería profundamente hermoso. Al pensarlo, le
invadió una cruda amargura. Amaba su labor tanto como la odiaba. Se le había
otorgado el incomparable honor de consagrar lo más bello que Dios había creado;
precisamente aquello que él jamás tendría. El mayor regalo divino, le estaría por
siempre vedado.
Esbozó una tenue
sonrisa que no lograba desterrar la tristeza de su rostro y prosiguió con la
ceremonia. Terminaría la boda, haría forzado acto de presencia en el convite,
les dedicaría unas bonitas palabras a los recién casados y después se haría a
la carretera sin demora. Esa noche, como tantas otras, clavaría los codos en la
barra del "Pecado Carnal".
* * *
Es un relato de Juan Luis Vera
(Psicólogo y escritor. Autor de la novela: Vuelo de libélulas)
Me gusta el relato, es directo y sencillo, como debe ser.
ResponderEliminarEl futuro está en la robótica, queridos amigos.
El mundo se acaba.
La verdad es que, después de un agotador día de clase, lidiando con la Teoria del lenguage y la literatura comparada ha sido un vaso de agua fresca: delicioso. ^^
ResponderEliminarMuchas gracias Juanlu =D
Demuestra un uso muy cuidado de los términos escogidos para describir, con gran lujo de detalles, una situación que va suscitando sorpresas según avanza la narración. Breve e intenso relato.
ResponderEliminarGracias, me alegro de que te haya gustado.
ResponderEliminarGrande!!, auguro boda en el "Pecado Carnal".
ResponderEliminarlOS SACERDOTES SON HOMBRES Y A PESAR DE SUS DEBILIDADES NO TIENEN POR QUE DEJAR DE SER BUENAS PERSONAS, ESTE RELATO NO LLEVA ALA ETERNO DEBATE DEL CELIBATO,Y NOS MUESTRA CON DULZURA LA REALIDAD HUMANA.
ResponderEliminarMUY BUENO Y MUY REAL