No me había percatado hasta ahora de su presencia. Se encontraba frente a mí, saludándome desde otra realidad, a través de un mundo que se acerca a medida que me aproximo al espejo. Esa antigualla de la época de mi bisabuela, todavía conserva señales de una guerra infame. Varios vestigios de bala acompañan la roída madera.
¿Por qué no me deshice de ese artilugio que distorsiona mi imagen? Veo reflejado a un ser esperpéntico y no me agrada su cinismo. Me muestra a un hombre autodestructivo, al borde del precipicio, bajo los efectos de sedantes, anfetaminas y demás sustancias psicotrópicas. Su piel resulta rugosa y blanquecina, el pelo canoso, las orejas de soplillo, barbilla puntiaguda, nariz torcida, evidentes surcos en los ojos, frente poco poblada de vello y manos huesudas.
Me susurra con palabras lascivas, invitándome a entrar en su particular universo; alcoholismo incesante, drogas duras y prostíbulos de carretera. Ese ente altivo y de ostentosa vestimenta me recuerda los viejos demonios ya enterrados. Hice caso omiso a los sabios consejos de mi psiquiatra y estoy pagando por ello. Me he adentrado en el terreno resbaladizo de la paranoia.
Ganas me entran de agarrar la escopeta de caza y eliminar de una vez el maldito espejo. Me siento engañado, verdaderamente ultrajado. El cristal que le sirve como armazón se jacta de mí, conoce mis debilidades. Tiene que ser fruto de un mal sueño, producto de una noche de estío. Si pudiera traspasar al otro lado, ahogaría con mis propias manos a esa criatura hostil.
De repente, noto que he pisado algo con los tacones de mis desgastados zapatos. Me agacho lentamente para no despertar los dolores que aquejan mi espalda.
Ahora lo veo muy claro. Se trata de una jeringuilla recién estrenada. A su lado, se encuentra una goma de las utilizadas en los suburbios urbanos. Alzo lo más que puedo el pie izquierdo y aplasto ese instrumento que juega con la mísera muerte. Intento hacerlo añicos con las pocas fuerzas que me quedan.
Una risa socarrona procede del espejo. Es tan fuerte su sonido que consigue acentuar todos mis sentidos. De reojo vuelvo a ver a ese personaje que parece disfrutar de un placer extraño. Sus ojos se nublan, la mirada es turbia. No logro oír el significado de las palabras que vomita. Capto gemidos similares a los de los amantes en pleno proceso orgásmico. No para de mover la cabeza en todas las direcciones mientras experimenta el goce de su propio final.
Comienza una verborrea de mentiras burlonas. Resulta impetuoso, criticón y dañino para la vista.
— No vas a conseguir sacarme de mis casillas. Sé que no eres real, tan sólo una pesadilla —. Le grito para mostrarle mi gallardía.
— Estoy tan dentro de ti que domino todos tus actos. Te has convertido en uno de mis peones —. A continuación ríe a carcajada limpia.
—¿Y si se trata de una posesión demoníaca? ¡Fuera de mi casa!—. Exclamo, esperanzado en que huya despavorido al oír las voces.
Pero todo ha resultado baldío. Ahí sigue, imperturbable ante mis amenazas, ante el coraje que me corroe por dentro. Se produce una lucha fratricida entre las dos personalidades.
No sé quién de ellos ganará, ni siquiera creo que me importe. Sólo deseo que esto acabe cuanto antes para desprenderme de uno de los dos.
* * *
Autor: Carlos María Cabrerizo
autor de la novela: Paraje para Olvidados, 2012
No sabría decir exactamente por qué, pero el final de este relato me ha traído agradables reminiscencias a Allan Poe. Buen relato. Efectivamente, lo jodido es la convivencia, lo que algún psicólogo denominaría: la disonancia.
ResponderEliminarSiempre me ha apasionado la dualidad referida en el relato. Al final es el diálogo íntimo y escabroso entre el doctor Jekyll y el señor Hyde,pero llevado a un plano más de paranoia urbana.
EliminarEs que el autor está más para allá que para acá.
ResponderEliminarLe conozco y os puedo decir que aspira a entrar en el cielo de los androides. No sé si le dejarán.