jueves, 27 de diciembre de 2012

HOTEL, el nuevo libro de relatos de Carlos de Tomás


"Hotel", el último libro de Carlos de Tomás ("El cuaderno veintiuno" o "Café Bramante"), es una obra de difícil clasificación ¿Cuatro relatos? Tal vez se trata de una sola historia, troceada en el espacio y el tiempo. "Hotel", puede ser el terreno de juego, o el damero donde se desarrolla un juego maldito, cuyo final es siempre el mismo. Incluso, cuando el final es feliz se trata de una felicidad compleja, dudosa felicidad que nos obliga a reflexionar sobre las cuestiones más profundas de nuestra existencia.
El protagonista es Frank, o Ramón, o…Aunque, todos los protagonistas son en realidad Frank en distintos momentos y lugares del Cosmos. Parecen humanos, otras veces aparentan ser de un material cercano al látex o al silicio, nunca lo sabremos con certeza en esa duda tan bien tramada e inquietante con la que Carlos de Tomás nos despacha.
El libro, proporciona buenas dosis de entretenimiento y un humor delirante que nos aprisiona a sus páginas, cargadas de símbolos y referencias muy cercanas. ¿La chica? Esa, es la "Suzanne" de Leonard Cohen, con la que todos queremos sentarnos a contemplar el mar y esperar que nos diga que somos el amor de su vida. Aunque, Frank en algún momento es ese personaje al que se le va la olla y reproduce la sobada frase: "hay amores que matan", como ocurre en el relato largo "La vida de Frank".
Carlos de Tomás, en "Hotel", se aleja de la novela negra y nos adentra en un mundo extraño, ciberpunk y paranoico, no obstante muy sugerente donde juega con la moralidad, la amoralidad, la inmoralidad…"Eres de moral dudosa, Frank", dice ella apenas sin acritud. ¿A dónde vamos?
No te pierdas este libro, nunca habrás leído nada igual. Sugerente e imprescindible. Muy oportuno.

Ficha:

Título: Hotel
Editorial Amarante, diciembre 2012
(ebook, todos los formatos)
ISBN: 978-84-940102-9-3
ePub, sin DRM
http://editorialamarante.es/ebooks/ficha/hotel


Androides sexuales

Este vídeo no tiene desperdicio.¿Se está acelerando la fabricación de robots sexuales? ¿Acaso será la puerta para el gran avance en la robótica? Sin comentarios.




Otto
Jefe de taller

martes, 25 de diciembre de 2012

Que retumbe la fragua otra vez

Ya me lo decía él a mí, y claro, pasó lo que tenía que pasar. 

De aspiraciones humildes, como su procedencia, Azorín Ramos, herrero, hijo de herrero y nieto de herrero, había heredado de sus antepasados su carácter afable —aunque no el gusto por la literatura—, y la fragua familiar en la que ahora intentaba trabajar, y digo intentaba, porque el negocio no estaba muy boyante. Era una profesión en decadencia. La artesanía en hierro, además de cara, resulta innecesaria en estos tiempos, cuando tantos artículos se producen en serie y a otros precios bien diferentes. Aun así, Azorín siempre decía lo mismo: 
—Es que uno no sabe hacer otra cosa —. Ese era su sonsonete, y a decir verdad, trabajaba muy bien y era el creador de una obra pintoresca. 
Su sueño, como persona que supo pisar el suelo y ser consciente de sus limitaciones, nunca fue otro que tener una vida normal. Y poco a poco, a pesar de las adversidades del destino, lo fue consiguiendo. Después de una juventud a la que logró sobrevivir, casi achicharrada por el coqueteo con las drogas del momento, tuvo un amor que se convirtió en su esposa, a la que no había dejado de querer, unos niños maravillosos y una casa por pagar. 
—No, si no es mía, todavía es del banco —decía siempre que se presentaba ocasión, con la sonrisa fuerte del que se cree poder con todo. 
Pero eso era antes, antes de que la cosa empezara a ir tan mal. Entonces, rodeados de cervezas, en el bar donde nos reuníamos, todos creíamos saber tirar para adelante. Qué equivocados estábamos. 
Al principio del final, todos hablábamos de lo mismo. En sus inicios, de manera anecdótica, después con curiosidad, más tarde con recelo, y en la última etapa con miedo. Al final, ya nadie quería mentar el tema. Era evidente que estábamos naufragando, y una desasosegada aprensión nos azotaba por dentro. Esos ratos que pasábamos juntos, cada vez más aunque tomáramos menos cervezas, habíamos llegado a un acuerdo sin palabras, eran mejores si se llevaban con buen ánimo. Que bastante teníamos el resto del día. 
Crispín, trabajador del sector de la construcción, que llevaba en el paro el último año y medio, lo llevaba advirtiendo: 
—¡Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar! 
Lo de la construcción se venía venir. Aquel boom de entonces, que parecía no tener límites, tenía que cesar. Era insostenible, pero todo lo otro… Insisto, nadie creía entonces que las cosas llegaran donde llegaron. 
Azorín fue el segundo en caer en picado, tanto, que su médico de cabecera le recomendó visitar a un psicólogo. Solo aguantó dos terapias. Y comentaba, indignado, por qué lo dejó: 
—Que las crisis son buenas oportunidades para cambiar, ¡maldito hijo de puta! —se desahogaba con nosotros, viendo perdida su oportunidad de comprender lo que sin duda le atormentaba—. Yo no quiero cambiar nada. 
Pero no fue el último. El joven Ricardo, el más preparado de nosotros, con dos carreras en la universidad, aguantó poco más de tres meses trabajando. Siempre de aquí para allá. Es verdad que tenía buenos sueldos, cuando los tenía. Pero ya no. Parecía no haber consuelo para él. El muchacho no podía ni emprender su vida. Se acababa de independizar y otra vez tenía que volver a casa de sus padres. El abandono de sus ilusiones le obligaba a separarse por las noches de su querida novia, de la que tanto presumía. 
Unos por jóvenes, otros por viejos, no se iba salvando nadie. Ismael, que llevaba más de treinta años en una empresa, tampoco se libró del descalabro. Él culpaba al gobierno, por su mal gobierno, y a los mercados. Pero ninguno supimos decir ni qué ni quiénes eran los mercados. En otros momentos nos habríamos reído y brindado por la madre que parió a los mercados, pero las risas ahora también escaseaban. Ismael culpaba, asimismo, a los bancos, por el abusivo ejercicio de su poder económico. Al final, el pobre hombre se resignó en una hundida incredulidad, sabedor que para él, a su edad, el circuito laboral se había cerrado herméticamente. Perdió toda esperanza de poder reemprender nada. A veces decía verse en el futuro como un vagabundo. 
Fueron días aciagos y tristes. Penas revueltas con alcohol. Desdichas compartidas en la hombría de las lágrimas ausentes. Blasfemias y conjeturas, que no llegaron a nada, salieron de nuestras bocas calientes. Lanzamos maldiciones estériles y juramentos asesinos, encendidos por la pasión del que ya no tiene nada que perder, y reprimidos por etílicos sorbos de rabia. 
A mí siempre me había parecido que estás eran cosas eran del pasado. Ingenuo que es uno. 
Un ambiente levantisco fue caldeando nuestras reuniones. El más rebelde era Soriano, trabajador municipal. Siempre, o casi siempre, venía acompañado de su mujer y una amiga, Isabel y Susana. La primera trabajaba en una inmobiliaria, y naturalmente andaba con problemas, la segunda en la administración pública. Pero nadie sabía quién era su mujer y quien la otra. Abrazaba a Susana, o abrazaba a Isabel indistintamente, o les daba un beso cuando consideraba que la oportunidad se prestaba para ello, siempre envuelto todo en un contexto amigable. 
Soriano tenía una hija pequeña a la que atendía en muchas ocasiones la madre de su mujer. Era un tipo afectuoso, y si cabe, bonachón, aunque tenía una boquita disparada y mucha más decisión para decir burradas que para llevarlas a su fin. Pero nada fue comparable como el día que saltó la noticia. En el ayuntamiento, el concejal encargado de las pelas llamó "ajustes" a esa acción de gobierno, la prensa hablaba de "recortes", pero Soriano lo calificó de una putada en toda regla y un verdadero atentado contra los intereses de mucha gente humilde. 
—Esos bastardos, que chupan lo que no tiene nombre, ahora nos quieren joder a nosotros. 
Isabel pasó su mano suave por su cara irritada. Susana le dio un beso en la otra mejilla. Pero esa calidez femenina no puso freno a su airada cólera. 
—¡Nos van a dejar en la puta ruina!  
—Así estamos todos, tú por lo menos sigues teniendo trabajo —manifestó Crispín, que vivía una situación verdaderamente más delicada. 
—Déjalo que se desahogue —le dije yo, comprendiendo bien las circunstancias de los dos. Pero también otra cosa, las confrontaciones de los que lo pasan mal, puede llevar a que los desdichados rivalicen en las peores circunstancias y vean al otro como parte activa de su propio problema. 
—Ni desahogo ni ostias —saltó Soriano como un tiro—. A mí me matarán mis sueños y robarán mi futuro, y los de mi hija, pero os juro que yo mato los suyos, se llamen como se llamen, tengan la edad que tengan y me da igual que sea niño o niña. 
El silencio que se hizo fue sepulcral. El camarero miró para otro lado, como si no hubiera escuchado.
—¡Sí, no me miréis así, que a estos chorizos lo que les hace falta es que alguien les dé caña. No atienden de otra manera, se creen que el mundo es suyo, y esto tiene que cambiar.
—Tranquilo, que así estamos todos —intentó apaciguarlo Azorín. 
—¡Tranquilo! ¡Tranquilo! No me jodas, Azorín, con la que se nos está viniendo encima, y me dices tú, precisamente tú, que me esté tranquilo. Estando tranquilos no sé qué cojones vamos a conseguir. De qué te sirve estar tranquilo, ¿te lleva eso gente a la fragua?
Lo que era evidente, y así se lo hice ver a Soriano con un mohín de mi rostro, es que Azorín no estaba tranquilo, lo estaba pasando muy mal, y era mejor no agitar más sus ya decaídas esperanzas. Además, cada uno lleva las cosas como puede, y se desahoga según le da a entender su naturaleza. 
—No te inquietes, Soriano —le murmuró cándidamente Isabel—. Ya sabemos cómo son, elegidos, eso sí, democráticamente —finiquitó con manifiesto retintín. 
—Me cago en esta puta democracia y en la madre que la parió. ¡Democracia de subnormales! 
—Los amparan las urnas —dijo el bueno de Ismael. 
—¡Las urnas. Las urnas! —exclamó Soriano—. Las urnas de la trampa, te repito. En realidad ganamos siempre los que no votamos. Malditos sean. Bien se saben aprovechar del montaje. 
—Un respeto, por favor, que la gente hace lo que quiere, y tenemos la suerte de poder votar con total libertad. 
Soriano se rio maliciosamente.
—La gente es subnormal —el exaltado Soriano seguía en sus trece, tal era su fastidio—. Y sobre la libertad de vuestro voto electoral es muy discutible, que la gente está subyugada por los consejos de la puta televisión. Y no me diréis que la televisión es justa e imparcial, que es lo que me faltaba por oír. 
Susana, que las lanzaba sin paracaídas aunque comenzara hablando sutilmente, hizo oír su voz. 
—De aquellos barros vienen estos lodos.  
Algunos pusimos cara de interrogación, otros, sin saber bien a qué se refería, comenzaron a asentir con la cabeza.
—Lo que quiero decir, y está más claro que el agua, es que tenemos un pasado que ha dejado mucho lastre. 
—Explícate —le sugirió Ismael. 
—Qué te voy a contar que tú no sepas, eres mayor que yo y bien sabes a que me refiero.
—¿No me vendrás ahora a hablar de Franco? 
—No me hace falta hablar de ese, pero si quieres te hablo de la transición, otro fiasco. 
—¿Y eso? Ahora me entero yo —tarareó Ismael con manifiesto desencuentro. Eso mismo animó a Susana. 
—Pues mira por donde te voy a decir lo que pienso sobre ese cobijo de fachas y sinvergüenzas, que eso es lo que fue —entonó ahora ella—. Un arreglo entre los fascistas privilegiados de siempre y unos calzonazos que tenían más miedo que vergüenza, que con tal de que les dejaran probar el pastel, se bajaron los pantalones. 
—Pero el problema actual es mundial —aclaró Ismael—, no sé que tienen que ver los padres de la transición, de los que deberíais hablar con algo más de respeto. Si hubierais conocido aquello… 
Soriano se dio por aludido y saltó como una escopeta. 
—El problema es mundial, efectivamente, pero los que aquí lo gestionan y la manera de hacerlo viene precisamente de aquella época. No hay otra alternativa que no sea blanco o negro, bien lo ataron. Hablas de respeto, Ismael, yo tengo el mismo respeto por ellos que el que tienen ellos por nosotros, ninguno. Ninguno, enteraros bien. 
—Si no son unos son los otros, son todos iguales —saltó Crispín, escaldado por su situación y a la vez, intentando relajar el ambiente. 
Avanzaba la conversación y se iban sumando más adeptos a la revuelta. El primero en hacerlo claramente fue el joven Ricardo. 
—No, si tenéis toda la razón del mundo. En estos tiempos lo más razonable sería socializar tanto los recursos como las escaseces. Y eso no está pasando. Le dan el dinero a los bancos y bajan los sueldos a los trabajadores. Recortan en sanidad y educación y a la Iglesia o a la Casa Real ni la tocan. Les dan unos privilegios a los empresarios y les quitan los derechos a los que verdaderamente se lo merecen. La injusticia es clara. 
—Y medieval —sazonó Susana. 
—De auténticos jetas —remató Isabel. 
—¿Y qué proponéis? —preguntó Ricardo—. Esa es la cuestión. 
Las palabras incendiarias de Soriano volvieron a oírse. 
—Lo más lógico sería quemar sus casas con ellos dentro. Y los ayuntamientos, diputaciones, bancos y otras casas de putas por el estilo, con perdón para las putas. 
—Ya te vale, Soriano, no seas salvaje —le dije yo. 
—¡Salvaje! ¿Me llamas salvaje a mí? Salvajes ellos, que nos machacan a nosotros para enriquecer más a cuatro ricos. 
El que cambió el rumbo de la tertulia fue Azorín:
—Habláis de grandes temas y grandes revoluciones. Parecéis políticos, bueno, ellos son mucho más maleducados, esa es la verdad, solamente hay que verlos en el Parlamento. —Todos reímos, pues en las palabras ignominiosas de Soriano la educación y la mesura brillaban por su ausencia—. Yo os voy a hablar de algo más humano, más personal. —Se hizo el silencio, centrándose la atención en él—. ¿Sabéis lo que se siente cuando llega el día en que no hay nada para comer en casa? —preguntó con los ojos humedecidos, ya sin su antigua rabia. 
Nadie tuvo respuesta para ello. Azorín se levantó y marchó de allí, decaído, como quedamos todos nosotros, pensativos en el rescoldo de sus desdichas recién confesadas, sufriéndolas también, pero de manera muy diferente. 
Los días fueron pasando. Mientras, cada uno soportaba sus apuros de muy distinta forma. Crispín guardaba un silencio de losa de tumba. Soriano despotricaba a viva voz, como intentando que escuchara hasta el propio maleficio, pero éramos nosotros quienes le escuchábamos. Sus inseparables Isabel y Susana secundaban sus vehementes ideas. Azorín se encerró en su fragua divagando en ridículos sueños. Pero los demás, nos negábamos a sacar fuera lo que nos corroía por dentro, esa era la verdad. 

Lo amargo, lo verdaderamente trágico, irrumpió como un misil asesino unas jornadas más tarde, el mismo día que íbamos a celebrar que a Crispín le habían salido unas peonadas. 
Azorín llevaba varios días sin aparecer por el bar. Nosotros lo achacamos a que no podía permitirse tomar su cervecita, que tanto le gustaba, y que por eso mismo no asistía a las tertulias que allí manteníamos. Yo mismo lo invité algunos días. Los que podían permitírselo hicieron lo mismo, pero ya no aceptaba más invitaciones. Sabíamos que se recomía por dentro en la soledad sin trabajo de su fragua.
Ese día infausto, una esquela apareció al lado de la puerta del bar, tiñendo de desdicha y aflicción nuestras confianzas quebradas. Era la triste esquela de nuestro compañero Azorín. 
Todos quedamos petrificados. Nadie sabía nada sobre lo ocurrido. Parecíamos espectros ausentes. De la noche a la mañana se había esfumado una vida, la vida de un amigo. Poco a poco comenzaron a circular rumores. Y la realidad, cuando horas después la conocimos, nos sacudió todavía más, si cabe. Azorín se había suicidado. Se había colgado de una cuerda metálica en su fragua. Lo descubrió Herminia, su mujer, cuando fue a buscarlo la noche anterior, al no aparecer por casa. Había dejado una nota encima del yunque, pero ese fue un secreto que se llevará Herminia a la tumba, porque nadie supo nunca lo que había dejado escrito Azorín. 
Nada calmó el duelo de Herminia ni el de sus hijos. Ni las pastillas, ni las asistencias psicológicas ni las palabras de apoyo de la familia lograron el más mínimo consuelo. Nada. Sus llantos se convirtieron en una perturbación definitiva, en un estremecimiento total. Era la imagen del más tierno y sentido dolor primigenio. El ocaso de cualquier esperanza. 
Lo enterramos ese mismo día por la tarde. Una tarde soleada inundada de profundos sollozos y lamentos ciegos. Ninguno de nosotros pronunciamos palabra alguna, solo tuvimos suspiros penados y miradas afligidas. Acompañamos el féretro al cementerio para decirle el último adiós. 

Crispín lloró en silencio como un niño chico.
Ricardo no levantó la cabeza en todo el entierro. 
Ismael se mordió las uñas, desquiciado.
Susana hubiera quemado el mundo.
Isabel no se lo podía creer.
Soriano olvidó su revolución y se encerró en sí mismo.
Y yo, yo le escribí, después, en casa, estas breves pero sentidas palabras:

El obrero y las alpargatas. El trabajo ausente.
Las calles remolonas azuzan las antenas 
y las perezas campan alrededor de los templos.
La última fragua la cerraron anteayer. 
-Aguanta, -le dijo el viejo herrero. 
-¿Aguanta, para qué?
No era cosa de dinero, ni cuestión de querer o no querer.
la competencia se había ido a la mina
o a la oliva de Jaén. 
Pensaba en su hija Clara,
en su querida Herminia
y en el pequeño Rafael, 
pensaba, con manso lamento, que hoy martes no había nada que comer. 
Crujió entonces el yunque a muerte, 
la fragua no se encendió siquiera la última vez,
la sierra, quieta y con ojos de embeleso, contempló al martillo,
manco y sordo, golpeando libertario su sien. 
Las campanas repicaron a duelo,
mientras, en el fango quieto, lloraban Clara, Herminia y Rafael.
* * *

Copyright del relato Que retumbe la fragua otra vez José Villalba Garrote 
Publicado en este blog por cortesía del autor.
Relato, que forma parte del volumen:
Castilla y León golpe a la crisis (5 narradores en clave de encuentro)
Ediciones Atlantis. Madrid - 2012

Webblog de su última novela Gente Fetén: http://gentefeten.blogspot.com.es/

sábado, 22 de diciembre de 2012

Contra la violencia de género


MUTISMO


A las mujeres que sufren en silencio.


Bajo el frío de la almohada,
permanece su cuerpo desangelado,
ya no contemplará nuevos amaneceres,
no degustará los placeres de la Tierra.


En el silencio de la noche,
el eco es el único murmullo,
la vida es un hilo débil,
todo se ha desvanecido por completo.


Aferrada a un callejón sin salida
encadenada a los designios de otro ser,
el verbo existir va desapareciendo,
como la luz con la llegada del ocaso.


Bajo la mordaza de la opresión,
morir es la única solución,
porque no hay nada más triste
que vivir en silencio.

* * *

Copyright del poema "Mutismo" Carlos María Cabrerizo
De su libro inédito Latidos.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Gente Fetén

El escritor zamorano, José Villalba Garrote, nos presenta su última obra "Gente Fetén". Continuadora pero independiente de su anterior novela negra: “Mucho dinero” que fue muy recomendada por el único escritor de negra que ha ganado en tres ocasiones el Hammett, Andreu Martín.
En "Gente Fetén" se repite entre otros el personaje principal, el detective Leocadio Coscarón. La división entre buenos y malos se difumina y la mayoría de los personajes son perdedores que se debaten entre los ambientes más sórdidos y el mundo del famoseo y la farándula. De ahí el "fetén", palabra que alude a ese tipo de gente güai pero en tono cañí. Los que fumaban tabaco de la marca "Fetén" allá por los sesentasetenta recordarán que "fumar emboquillado era cosa de gente bien y moderna". Estos ingredientes tiene "Gente Fetén", y muchos más;  para cumplir lo que dijo Juan Madrid, escritor ya clásico de negra, en una famosa entrevista para El Cultural, allá por noviembre de 2010: “La negra es la única literatura posible hoy en día”. O lo que, ese mismo año, en el congreso Getafe Negro, Lorenzo Silva, el reciente Premio Planeta, dijo en una entrevista para El Mundo: “La novela negra, es el género más apegado a la realidad, el que toma el pulso a la sociedad”.

Lo expresado, significa que "Gente Fetén" se encuentra dentro de lo que hemos denominado "supergénero negro inevitable", que no se constriñe al subgénero policíaco detectivesco. El esplendor de la “noire” española, setentaochentera, muy casposa o yupi según cada autor, es la madre de esta espléndida y divertida novela. Estamos ante una obra de importancia por aglutinar elementos muy positivos, y a destacar el buen oficio del autor y los momentos de humor, que no entorpecen en absoluto la trama y sin embargo enriquecen la historia dándole esos tintes castellanos, como el propio título, en el habla de las gentes de antes, porque el salto generacional y la crítica están inmersas en el texto. Por alcanzar una aproximación, nos encontramos ante unas páginas que nos recuerdan a Vázquez Montalbán, pero también a personajes peculiares e hilarantes de algunas novelas de Alejandro Mendoza. La trama, elaborada y compleja, se desarrolla en el reflejo de esta sociedad decadente y anodina que nos toca vivir, y en el centro del negocio sucio y sus entresijos donde palpamos la impunidad de los poderosos. Su lectura nos trasmite la velocidad del thriller, con la cadencia y estética de un lenguaje cinematográfico muy cercano.
Zamora, tiene en su haber a un magnífico novelista, José Villalba Garrote, cuyos escritos tienen regusto de gran urbe, saliendo la acción fuera del marco provinciano, y ofreciendo una narrativa muy recomendable.

Ficha:
Título: Gente Fetén      
Colección Revólver      
Editorial: Chiado Editorial. Lisboa. 
1ª Edición, enero 2013
ISBN: 978-989-697-953-9

martes, 18 de diciembre de 2012

Saint Jacques de Vaucanson

Si alguien debe subir a los altares cibernéticos, con todos los derechos y los honores, ese es Jacques de Vaucanson, a partir de hoy y para el mundo androide: Saint Jacques de Vaucanson. Los autómatas del S.XVIII son los primitivos robots. Utilizando un símil antropológico, los homínidos de Atapauerca son a los autómatas antropomorfos del siglo de las luces, lo que el homo sapiens es al androide.
Merece la pena, explorar en la biografía del primer santo de los androides y en el apasionante mundo de los autómatas del S.XVIII.
Hoy, la evolución nos lleva a situaciones caprichosas y paradógicas. Cuando la opción evolutiva se debate entre el cybor y el robot autoreplicante (incluso nanorobots), observamos que algunos científicos adoptan situaciones prácticas de tipo intermedio: La simbiosis entre un robot y un humano. Humano que es capaz de manejar ese robot con su mente para valerse de él, y el robot acepta ser ayuda física de un humano sin implantarse en su cuerpo biológico. 
Aquí os dejo el enlace de la noticia. Apasionante.
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2012/12/17/neurociencia/1355736203.html?a=efe5fe0dba44a300ebec2564173448a2&t=1355766678&numero=

Otto
Jefe de Taller
  

lunes, 17 de diciembre de 2012

Solamente humanoides

Estimados Clientes:

Durante estos últimos días, se han pasado por el taller algunos robots para repararse. Aspiradoras domésticas, robots industriales, etc. Me gustaría dejar claro, que solamente reparamos androides, es decir robots antropomorfos, y no todos; pues también pasó por aquí uno de la clase ASIMO, y le recomendamos que acudiera al servicio técnico de Honda; estaba en garantía y luego pasa lo que pasa.

Otto
El Jefe de Taller     

jueves, 13 de diciembre de 2012

Reprogramar código fuente

Los humanos, parece que comienzan a adoptar sistemas de manipulación genética cercanos a nuestros sistemas de reprogramación, y con resultados agradables, ya era hora.
La noticia ha saltado a los medios de comunicación con virulencia y esperanza.

Un virus del sida alterado genéticamente logra curar la leucemia de una niña

http://www.lavanguardia.com/vida/salud/20121212/54357246685/virus-sida-cura-leucemia-nina.html

Otto
(Jefe de Taller)


Pecado Carnal

—Joaquín, ¿quieres recibir a Ana como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Sí, quiero —sonrió Joaquín, nadando en los ojos radiantes de su amada.
—Ana, ¿quieres recibir a Joaquín como esposo, y prometes...
Ante la emocionada mirada de todos los presentes y bajo el suave tañer de las bandurrias, los labios de Don Pedro proseguían con el sobradamente asimilado ritual del matrimonio, mas su mente, surcados ya el espacio y el tiempo, fondeaba muy lejos de allí.
Fue doce años atrás, en una tarde plomiza y lluviosa de esas que disuaden de ponerse al volante al conductor más empedernido, cuando un Don Pedro casi recién salido del seminario detuvo su vehículo en un bar de carretera. Todo parroquiano allí presente hubo de girarse asustado al oír las puertas detonar contra las paredes tras el agudo chirriar de los goznes. Dos decenas de miradas presenciaron atónitas cómo una figura ataviada de negro, cabellos al estilo ventisca y alzacuello ceñido bajo un rostro sudoroso, atravesaba el local como una bala y desaparecía tras las puertas de los retretes. Se hizo el más religioso de los silencios un instante antes del estallar de las carcajadas.
Una vez se hubo librado de la acuciante urgencia urinaria que le había traído bailando la última media hora de viaje, Don Pedro hincó los codos en la barra y, recuperando un poco la compostura, pidió una cerveza a la camarera.
—Pues claro, mi amor. Eso y lo que tú quieras —le respondieron.
Don Pedro se quedó petrificado. Miró a su alrededor y al fin comprendió donde se había metido. Barra Americana: Pecado Carnal, rezaba un rótulo de neones. Tragó saliva. Inspiró en profundidad. ¿Y si se encontraba con alguien conocido? Su tez volvía a chorrear goterones de sudor.
No tardó en sentir una mano posándose sobre su pierna. Al instante, otra se deslizaba alrededor de su cintura. El sacerdote miró a la joven con pupilas temblorosas; ella no dijo nada, simplemente, le sostuvo la mirada con una calidez arrolladora. Aquellos ojos ardientes... Aquellas curvas de ensueño... Aquella fuente inagotable de pasión... Don Pedro sintió bullir la voluptuosidad dentro de sí y en cada centímetro de su piel. Era absurdo negar lo que su cuerpo le pedía con anhelante concupiscencia y, finalmente, decidió dejarse llevar por el deseo.
Ella le guió despacio, entre besos y suaves caricias, a un cuarto pequeño y allí, verdaderamente y por primera vez, Don Pedro vio abrirse de par en par las puertas del Cielo. Pues no sabía su nombre, ella le llamaba "Padre", y eso, curiosamente, colmaba su cuerpo de excitación. Todo resultaba tan nuevo... Tan vívido y maravilloso... Padre, confieso que he pecado como una perra, le decía, ¿cuál será mi penitencia?..., Padre, absuélvame... Absuelva todo mi cuerpo del pecado... Padre... Padre...
—¡Padre!
De súbito, sintió vértigo. Todos los ojos de la iglesia estaban posados en él, ante su mirada perdida, expectantes. Reinaba el silencio. Incluso las bandurrias habían dejado de tocar. Don Pedro se fijó en los novios. El camino que iniciaban estaría lleno de obstáculos, sí, pero sería profundamente hermoso. Al pensarlo, le invadió una cruda amargura. Amaba su labor tanto como la odiaba. Se le había otorgado el incomparable honor de consagrar lo más bello que Dios había creado; precisamente aquello que él jamás tendría. El mayor regalo divino, le estaría por siempre vedado.
Esbozó una tenue sonrisa que no lograba desterrar la tristeza de su rostro y prosiguió con la ceremonia. Terminaría la boda, haría forzado acto de presencia en el convite, les dedicaría unas bonitas palabras a los recién casados y después se haría a la carretera sin demora. Esa noche, como tantas otras, clavaría los codos en la barra del "Pecado Carnal".
* * *
Es un relato de Juan Luis Vera
(Psicólogo y escritor. Autor de la novela: Vuelo de libélulas)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El espejo deforme


No me había percatado hasta ahora de su presencia. Se encontraba frente a mí, saludándome desde otra realidad, a través de un mundo que se acerca a medida que me aproximo al espejo. Esa antigualla de la época de mi bisabuela, todavía conserva señales de una guerra infame. Varios vestigios de bala acompañan la roída madera.
¿Por qué no me deshice de ese artilugio que distorsiona mi imagen? Veo reflejado a un ser esperpéntico y no me agrada su cinismo. Me muestra a un hombre autodestructivo, al borde del precipicio, bajo los efectos de sedantes, anfetaminas y demás sustancias psicotrópicas. Su piel resulta rugosa y blanquecina, el pelo canoso, las orejas de soplillo, barbilla puntiaguda, nariz torcida, evidentes surcos en los ojos, frente poco poblada de vello y manos huesudas.
Me susurra con palabras lascivas, invitándome a entrar en su particular universo; alcoholismo incesante, drogas duras y prostíbulos de carretera. Ese ente altivo y de ostentosa vestimenta me recuerda los viejos demonios ya enterrados. Hice caso omiso a los sabios consejos de mi psiquiatra y estoy pagando por ello. Me he adentrado en el terreno resbaladizo de la paranoia.
Ganas me entran de agarrar la escopeta de caza y eliminar de una vez el maldito espejo. Me siento engañado, verdaderamente ultrajado. El cristal que le sirve como armazón se jacta de mí, conoce mis debilidades. Tiene que ser fruto de un mal sueño, producto de una noche de estío. Si pudiera traspasar al otro lado, ahogaría con mis propias manos a esa criatura hostil.
De repente, noto que he pisado algo con los tacones de mis desgastados zapatos. Me agacho lentamente para no despertar los dolores  que aquejan mi espalda.

Ahora lo veo muy claro. Se trata de una jeringuilla recién estrenada. A su lado, se encuentra una goma de las utilizadas en los suburbios urbanos. Alzo lo más que puedo el pie izquierdo  y aplasto ese instrumento que juega con la mísera muerte. Intento hacerlo añicos con las pocas fuerzas que me quedan.
Una risa socarrona procede del espejo. Es tan fuerte su sonido que consigue acentuar todos mis sentidos. De reojo vuelvo a ver a ese personaje que parece disfrutar de un placer extraño. Sus ojos se nublan, la mirada es turbia. No logro oír el significado de las palabras que vomita. Capto gemidos similares a los de los amantes en pleno proceso orgásmico. No para de mover la cabeza en todas las direcciones mientras experimenta el goce de su propio final.
Comienza una verborrea de mentiras burlonas. Resulta impetuoso, criticón y dañino para la vista.
— No vas a conseguir sacarme de mis casillas. Sé que no eres real, tan sólo una pesadilla —. Le grito para mostrarle mi gallardía.
— Estoy tan dentro de ti que domino todos tus actos. Te has convertido en uno de mis peones —. A continuación ríe a carcajada limpia.
—¿Y si se trata de una posesión demoníaca? ¡Fuera de mi casa!—. Exclamo, esperanzado en que huya despavorido al oír las voces.

Pero todo ha resultado baldío. Ahí sigue, imperturbable ante mis amenazas, ante el coraje que me corroe por dentro. Se produce una lucha fratricida entre las dos personalidades.
No sé quién de ellos ganará, ni siquiera creo que me importe. Sólo deseo que esto acabe cuanto antes para desprenderme de uno de los dos.
* * *
Autor: Carlos María Cabrerizo
autor de la novela: Paraje para Olvidados, 2012

ABSTENERSE CYBORGS

Los humanos que quieren convertirse en androides son otra cosa. Cuando las leyes del estado permitieron a Frank trasplantar su cerebro a un engendro mecánico y artificial, sin perder derechos civiles y mantener su identidad, a su chica le dio un disgusto. Ganó eternidad, pero... ¿echas de menos el sexo Frank? Los androides no tenemos esos problemas.

* * *

 Otto
(Jefe de taller)

OVNI


Criatura juguetona 
Alfeñique imago de las nubes,
Te bambolean los ojos de los castos,
Qué eres
Si no peonza de Zeus
Juguete de los tocados por la gracia
—Divina—.

ONVI, IVNO, NOVI, VINO,
Eso, que me den vino celeste
Del que beben los elegidos

En esa copa grisperlada
—con forma de platillo—
Que gira al ritmo
Que marcan los Titanes.

Mirad, mirad el cielo,
Cómo retozan los dioses,
Subid, subid locos, subid.

Los cuerdos al Hades,
Donde juegan los banqueros
Al bacarrá y a la ruleta —rusa—.

Los cuerdos al Hades,
Donde la mierda caliente
Les lave las gargantas.

Los cuerdos al Hades,
Donde los filibusteros de la rex publica
Son cocinados a fuego lento.

* * *

Copyright del poema OVNI Carlos de Tomás
del libro inédito Dementia Inmaculata



martes, 11 de diciembre de 2012

Bella vida

Autor del relato "Bella vida":
Carlos de Tomás
(Escritor)
web: http://carlosdetomas.es
* * *

Bella vida hasta ese momento, hasta el instante en que aquel sujeto de la gorra NY se abalanzó sobre él para sujetarlo, con su aliento soporífero le susurraba unas palabras al oído mientras hendía un punzón en el costado del hombre que había tenido bella vida hasta esa precisa viñeta. El sujeto de la gorra NY se despegó del herido a una velocidad endemoniada, y a compás. Tumbado, el de la bella vida, desde el frío pavimento de la calle del Grillo veía entre nebulosas la carrera de su asesino mientras bajaba la cuesta en dirección a la Gran Vía.
Pero, no le robó; y las palabras retumbantes en la boca pestilente del agresor se las guardó para sí la víctima que se retorcía de dolor. Acudieron a socorrerle, temiendo que la bella vida se terminara, aunque en realidad ya se había acabado, segundos antes del impacto, cuando iniciaba la bajada de la calle del Grillo, alguien lo tenía decidido.
Solitaria estaba esa calle minuto y medio antes, vestida de invierno gélido sin tregua. Entre la bruma amarillenta que no llega a ser niebla y el vaho de sí mismo, enfiló la estrecha acera. En la bajada, por efecto de la torsión y el freno del cuerpo notó un ligero tirón en los gemelos echando el tronco hacia atrás algunos grados. Al compensar la inclinación se miraba la puntera de los zapatos de charol y un cierto revolar de los costados del abrigo de paño beige. Hinchado el cogote de satisfacción por la lujuria de hacía unos minutos y por la reunión de media tarde, también por la conversación de doble apoyo del Consejero General y del Director de Comunicación. Estaba en su mejor momento y, a pesar de la hora, no descartó ir a tomar una copa antes de asomar en casa; pero lo que tomó fueron dos transfusiones de urgencia que le salvaron por los pelos, más la intervención de cuatro horas hasta que el cirujano dio por cosido el pulmón y restañada la hemorragia interna; después, cuarenta y siete horas de UVI, eternas para la pléyade de fotógrafos y gacetillas.
Cada vez que le daba a la lujuria se dejaba al escolta en casa, o en un puticlub cercano y urbanita sin bombillas a la puerta. Tal vez fue el azar el que quiso que el marido de la Susa acabara la bella vida de Melitón Artiaga. Melitón iba para jefe de los Testigos de Jehová y acabó siendo el Delegado del Gobierno. Bella vida la de un hombre que hablando le daba fuste al auditorio, engalanaba las paredes de gerundios y en momentos de esplendor verbal se gustaba tanto que acababa manchando los calzoncillos de sinalefas.
Cuantas veces se acordaba de las bromas desagradables y soeces de los compañeros del colegio, unas reiterando el “tontón” del nombre, otras duplicando el número de ojos, y las más de las veces ampliando su orondo perímetro y disminuyendo la bolita por cabeza. Pero no bajó del nueve en la tasación de su memoria, y gracias a eso y a la tozudez de su madre para quitar importancia a la tortura diaria y narrarle un final feliz; Melitón, decidió que su culo debería crecer aún el doble del radio de la circunferencia para poder aprobar notarías. Después la excedencia, y más tarde, reconvertido al catolicismo apostólico y romano, la exitosa y fulgurante carrera en el partido.
La madre de Melitón le calentaba dos cantos rodados de granito en la cocina económica, del tamaño de la manita pequeña y rolliza de Meli… El niño salía de casa, las mañanas de invierno sabañonero, con ganas de más galletas, hasta que el vaso de leche y el bollo de pan del recreo, regalo del generalísimo, calmaban al hiperactivo gordito. El cerebro, carcomido por las palabras de aliento —que sus padres no pudieron medrar a cuenta de la posguerra—, era machacado sistemáticamente con el tienes que ser alguien ya que nosotros no pudimos.
Por el agujero del pecho asoma una sonda, un drenaje que palpa con suavidad sin poder ver su forma, como una trompa por donde piensa que se le va la vida; respira profundo y siente un pinchazo que le parte en dos. Malditos cabrones, piensa acordándose de la Susa, y se dice que ella es buena persona, que todo se sabrá, que no sabe qué decir a su mujer, que los medios habrán llenado todo de especulaciones absurdas, que lo mejor será callar, que fue un intento de atraco, que se defendió bien y no pudieron robarle, que se convertirá en héroe. Lo que no sabe Melitón Artiaga es que su proyecto de asesino se ha entregado a la policía, que busca publicidad, que quiere resolver su vida anodina y dejar de ser una piltrafa sin trabajo, separado de la Susa, aguantando los cuernos, vagando por la ribera, haciendo chapuzas que no le apetecen, metiéndose de todo para intentar ir llevando la asquerosa vida, y ahora tiene un pretexto, que me mantenga el estado, que me saquen en la prensa, he perforado a un pez gordo y eso, piensa, le dará chance para cobrar exclusivas, tal vez le lleven, en un futuro, a la tele, porque un colega leguleyo le ha dicho que por estar ofuscado con los celos es locura y que estará cuatro días en el maco.
Melitón duerme, casi todas las horas de recuperación, y cuando no lo hace intenta componer una historia de su vida donde pueda borrar todo lo que no desea que salga a la luz. Es una vida más aburrida, no es la bella vida que había conseguido, porque la bella vida para Melitón es la del éxito acompañado de otros placeres discretos que no se pueden confesar. Se desespera por volver a su casa, a su despacho, a comenzar a dar órdenes sin testigos, sin enfermeras ni sanitarios que están cada jornada con el radar abierto. Duele, duele mucho y siente nauseas cada vez que intenta construir la estrategia, las palabras que saldrán de su boca en la primera rueda de prensa, y en el primer frente a frente con su mujer a solas.
A Melitón le perdían las biblias, su colección de libros religiosos tronchaba innumerables anaqueles; ahora le pierden los bombones y las ingles después de haberse transformado con el néctar del poder, con la vulgar droga de la política que todo lo muda para bien del gordito. La gordura de Melitón crecía en proporción aritmética a las adulaciones recibidas cada mañana y en proporción geométrica a los dígitos que se adicionaban en las cuentas corrientes de los hombres de paja y allegados custodios de su dinero.
Va a perder la bella vida por cicatero, que al marido de la Susa había que haberle engalanado, o incluso colocarle de jardinero de macetas del balcón presidencial con buen sueldo y furgón de transporte sin rotular, para que pudiera tirar los domingos el pisto por la sierra. Hacía pocos días que Melitón había leído un informe del profesor Martín Toronzo, donde expresaba, con efusiva documentación y propiedad, que el éxito de todo funcionario de nivel y político en el desfalco, el choreo y el “to pa mí”, estaba en saber repartir unas migajas con la persona o personas adecuadas, si se equivocaba de personas o era tacaño, al postre acababa pagando el error. Toronzo terminaba el discurso aseverando que más tarde todo se sabe, que el mundo está lleno de pequeñas traiciones que al final inundan de mierda el planeta.
El marido de la Susa se persona en el hospital el mismo día que van a dar el alta a Melitón. De la mano del juez que lleva el caso, y una plaga de funcionarios sin ganas de curre y sí de chismorreo, lo va a encarar para que ambos se reconozcan. Las curiosidades de la vida, las anomalías no previstas, el azar necesario, permitirán a esta sociedad librarse de Melitón, una parada cardiorespiratoria e irreversible cuando enfrentan las miradas. El marido de la Susa hará talleres de vainica o estudios de arte dramático en el penal, ambas cosas importantísimas y necesarias para que la sociedad continúe el proyecto encomendado por la revolución, la francesa se entiende.
Transcurridos un par de meses, después de muerto Melitón Artiaga, el timbre de la puerta suena intempestivo, la Susa se ciñe la bata de seda y pregunta quién. Sin escuchar respuesta, asoma su ojito por la mirilla y encuentra, en ese mundo oblongo y deforme que se ofrece detrás del mini catalejo, un gran ramo de flores ocultando el rostro del sujeto, al que solo le ve los puños. Se dice sorprendida que son margaritas, las mismas que traía el pobre Meli. Nerviosa y dubitativa decide abrir.
¿Qué tendrá la Susa que a tantos políticos derrama?

Todo tipo de reparaciones

Utilizamos, todo tipo de sistemas y herramientas para reparar vuestros cuerpos. Para las mentes y almacenes de memoria, el sistema gratuito recomendado: leer las ficciones publicadas en este taller. Después, dejarse llevar.
Además, referiremos escritos de otros publicantes, en otros talleres o libros.